El coronavirus es una catástrofe mundial, un cataclismo planetario, un caos universal que nos tomó por sorpresa a todos. Una tragedia de proporciones aún imposibles de cuantificar. En términos beisbolísticos nos agarró movidos, fuera de base. En términos de fútbol el coronavirus nos sacó tarjeta roja y nos mandó a sentar a nuestras casas, hasta que se haya ido. La mayoría estamos suspendidos por indefinidos partidos. Otros, lamentablemente demasiados, ya nunca más podrán jugar.

El coronavirus demostró que ningún país estaba preparado para algo como esto. Demostró lo frágiles que somos. Demostró que el mundo que construimos es una Torre de Babel en la que cada país, cada presidente, cada gobernador, cada alcalde actúa según su opinión o capricho personal. Son muchos países que no actúan de acuerdo con la ciencia, a los organismos especializados o según el criterio de profesionales calificados. Pero, a decir verdad, éstos tampoco estaban preparados, puesto que era imposible estarlo.

Más inteligentes eran los romanos, quienes ya hace dos milenio y medio, cuatrocientos años antes del inicio del imperio, incluían en sus leyes la figura de un dictador temporal por seis meses. Este dictador legal era activado por el senado en casos de extrema emergencia, casi siempre por ataques de enemigos. Eso sí, mientras tanto diputados y senadores ¡chito! Porque los romanos sabían que muchas manos en la sopa ponían los raviolis morados.

El cónsul y general Lucio Quincio Cincinato, famoso por su valor y talento político, ya retirado, tuvo que asumir en varias oportunidades el cargo porque era un auténtico apagafuegos. Un día estaba regando las rosas en su casa, en las afueras de Roma, cuando llegó un mensajero con un llamado urgente. De inmediato se vistió, llegó a la capital, asumió el mando, resolvió y a los 180 días, ni uno más ni uno menos, entregó el poder y regresó a su casa a regar el jardín. El general Cincinato sabía lo que tenía que hacer.

El mundo después del COVID-19 ya no será igual.

Son muchas las lecciones que el mundo tendrá que aprender luego del virus. No digo que debamos tener una dictadura al estilo romano, pero sí, luego de vencer al COVID-19 hay muchas cosas, muchísimas, demasiadas, que se deben reevaluar. Hay que redefinir los organismos sanitarios existentes o crear nuevos si hiciera falta. La Organización Mundial de la Salud deberá jugar un papel más activo, asumir el rol de director, y no de dictador. Un maestro que dirija la orquesta, con «músicos» que sepan interpretar su partitura y tocar la sinfonía con una armonía magistral. La clave será construir esta armonía en un cercano futuro. Me refiero a las máximas autoridades sanitarias nacionales y su coordinación con la autoridad de salud mundial. La competencia debe quedar en sus manos y no en las de los presidentes, que por regla general, casi siempre son unos legos en materia de salud, tal como ha quedado demostrado. En este mundo post COVID-19, como Cincinato, cada parte deberá saber lo que tienen que hacer.

La población tendrá que participar en simulacros para aprender todo lo que debe hacerse en casos de emergencia. Todo lo demás hay que planificarlo a detalle. En la escuela primaria y secundaria hay que enseñar a los estudiantes cómo actuar ante una crisis. Estas ideas solo deben ser el comienzo. Cada país deberá disponer de insumos e instalaciones sanitarias mínimas para eventos catastróficos, como por ejemplo el cambio climático, cuyos efectos nos pueden caer encima de manera tan sorpresiva y precipitada como la pandemia del COVID-19. Eso sí, debemos comenzar lo antes posible. Hay muchos cerebros en cuarentena que pudieran activarse desde ahora mismo.

Sandor Alejandro Gerendas-Kiss